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martes, 15 de julio de 2014

EL BÁLSAMO DE FIERABRÁS


Las leyendas carolingias del siglo XII cuentan que el rey Balan y su hijo, el gigante Fierabrás saquearon Roma y que entre los frutos de esa rapiña figuraban dos toneles del bálsamo con que fue ungido el cuerpo de Cristo tras ser descolgado de la cruz.

A ese bálsamo se le atribuían propiedades mágicas, como la cura de toda herida o enfermedad, por graves que éstas fueran. Así puede leerse en varias ocasiones en “El Quijote” y ha pasado al acervo popular como “algo que todo lo cura”. Pero en el Quijote ya pierde parte de su sentido mágico y maravilloso en razón de su origen, pues el hidalgo dice a Sancho Panza que conoce la fórmula para fabricarlo.

Al parecer esa fórmula ha sido conservada y transmitida a las sucesivas generaciones, probablemente por unas familias o gentes especiales, porque ocasionalmente aparecen portadores o poseedores de ese bálsamo maravilloso; los más usuales son esos vendedores ambulantes que nos intentan vender hierbas o bebedizos que lo mismo curan la artritis que un dolor de muelas, unas diarreas o la impotencia. El carácter milagrero del pueblo español hace el resto.

También en política han existido y existen bastantes bálsamos de Fierabrás. El último, la república. Esta forma de organización política del Estado, tan antigua como la historia de occidente, se ha convertido en las últimas semanas en un fetiche que unos agitan como nuevo bálsamo de Fierabrás y del que otros abominan achacándole todos los males que España ha sufrido durante muchos años del siglo pasado. Ni una cosa ni la otra.

Vaya por delante, en evitación de malentendidos, que nosotros somos republicanos. Por una cuestión de principios: porque entendemos que en una sociedad plenamente democrática nadie puede ocupar un lugar políticamente relevante por el hecho de su nacimiento. Es el pueblo el que debe elegir libremente a sus gobernantes, desde el primero hasta el último. Así, entendemos que las monarquías son un sistema anacrónico en estos tiempos, un residuo de la historia que se resiste a desaparecer. Pero ya está.

No podemos admitir determinados argumentos que se esgrimen para contraponer un sistema a otro. Y lo más triste es que los argumentos más engañosos son expuestos por aquellos para quienes la formación y la información veraz del pueblo llano debería ser primordial, es decir, determinados líderes autodenominados de izquierdas. Es insoportable, es un engañabobos, es un insulto a la inteligencia, que un señor como Cayo Lara, máximo dirigente de Izquierda Unida, escriba que “ahora se trata de elegir entre Monarquía o República, o lo que es lo mismo, entre Monarquía y Democracia”.  ¿De qué habla este (no tan) buen señor, a quién pretende engañar? Como ya han señalado muchos en estos días, en casi todos los países europeos cuya forma de organización política es la monarquía parlamentaria, la calidad de la democracia de que disfrutan sus ciudadanos es muy superior a la que disfrutan otros ciudadanos cuyos países son repúblicas. También, es cierto, hay numerosas repúblicas más democráticas que determinadas monarquías: compárense Francia o Alemania con la monarquía marroquí, por ejemplo, o con las monarquías del Golfo Pérsico. Así pues, lo escrito por el señor Lara no es sólo una boutade, es una gran mentira.

Otro argumento antimonárquico es lo caro que resulta mantener una monarquía. También falso, pues tenemos leído que la monarquía española nos cuesta 7,7 millones de euros mientras que la presidencia de la República Francesa cuesta 103 millones y la italiana 228. Por el contrario, la monarquía británica cuesta 42 millones. Bien es verdad que hay muchos gastos de la casa real española que están “ocultos” en los presupuestos de varios ministerios pero aún así la diferencia es tan enorme que nos parece insalvable.

Los que ahora defienden un referéndum sobre la monarquía o la república, argumentan también que una gran parte de la población española actual no pudo votar esta constitución, obviamente por razones de edad. ¿Quiere eso decir que cada generación de ciudadanos debe obligatoriamente ratificar la constitución? Eso sería una auténtica locura porque lo normal es que cuando una determinada mayoría de la población (encarnada en sus representantes democráticamente elegidos) estime que hay que modificar la constitución o derogarla y redactar una nueva, puede hacerse. Lo que no se puede hacer  es que nos sentemos a comer en una mesa y cada uno empiece a tirar de un pico del mantel cuando nos convenga arrimarnos más a un plato; la comida terminará en el suelo casi con toda seguridad. Hace más de doscientos años que se promulgó la Constitución de los Estados Unidos y desde entonces se le han añadido veintisiete enmiendas. Estamos de acuerdo en que todo es mejorable y susceptible de cambio, la Constitución Española también, claro está. Y creemos que nuestra constitución está necesitada de algunos cambios, pero plantear cambios al albur de una coyuntura temporal nos parece sumamente irresponsable.

Podríamos decir, en fin, que la elección de una monarquía o una república como forma de Jefatura del Estado es indiferente en lo que respecta al progreso y bienestar ciudadanos, obedece más bien al terreno de los principios ideológicos. En casi todas partes ha habido pésimos reyes y pésimos presidentes republicanos lo mismo que ha habido magníficos reyes y magníficos presidentes republicanos. Así que déjennos ya tranquilos todos esos mercachifles vendedores de bálsamos milagrosos como el de Fierabrás (la república no es lo que va a curar nuestros males), que deberían ocuparse mejor en tratar de solucionar los más acuciantes problemas que padecemos, entre ellos, el incumplimiento flagrante de determinados artículos de la actual Constitución. Y que no olviden algunos que en su origen las Casas del Pueblo servían para dar formación (intelectual y política) a sus afiliados.

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