Hace
unas semanas pudimos leer un artículo en el que Javier Marías, genial como
siempre, hablaba sobre el ADANISMO. Se titula “Un país adanista e idiota” y empieza
por la definición del término, que según el Diccionario de la Real Academia
Española significa “hábito de
comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado
anteriormente” y según el Diccionario del Español Actual, “tendencia a actuar
prescindiendo de lo ya existente o de lo hecho antes por otros.” El artículo no
tiene desperdicio, les recomendamos vivamente que lo busquen en la red y lo
lean completo.
Aunque conocíamos el término y su significado, la lectura de ese texto y determinadas circunstancias políticas de más o menos actualidad nos llevaron a reflexionar sobre él.
Todos conocemos el adanismo en alguna de sus
manifestaciones. Quizá una de las más conocidas sea esa tendencia de los
adolescentes a poner en cuestión toda la sabiduría y experiencia de sus
progenitores e “intentar vivir su vida desde cero” sin tener en cuenta que atender a las muchas recomendaciones y
consejos que se les dan les evitarán muchísimos fracasos y desengaños.
Pero en política, ¡ay, amigos!, en política los
efectos del adanismo son mucho peores. Simplemente porque los políticos,
gestores de lo público, no juegan con su vida, con su futuro: juegan con el de
todos nosotros.
Aunque sea un poco a contrapelo, también el
adanismo tiene algo que ver con las falsificaciones históricas de sobra
conocidas. Siempre se ha dicho que generalmente la historia la escriben los
vencedores y, sobre todo en épocas pretéritas, cuando la información y la
comunicación eran también patrimonio de esos vencedores, desentrañar esas
mentiras y falsificaciones era tarea ardua. A veces, los historiadores han
tardado siglos en poder establecer la verdad de hechos y causas; otras veces ha
sido imposible, tal empeño en borrar el pasado pusieron los vencedores.
En la época actual las numerosas fuentes de que
disponemos, los numerosos testimonios gráficos y documentales, la multiplicidad
de archivos existentes, hacen casi imposible esa tarea manipuladora. Como
mucho, se podría repetir la archifamosa cita de Abraham Lincoln: “Se
puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede
engañar a todos todo el tiempo.”
Nunca
olvidaremos, por razones que no vienen al caso, las manipulaciones estalinistas
de textos, fotos y noticias acerca de la Revolución Rusa y el papel que jugaron
en ella muchos de sus principales protagonistas. Como ejemplo, veamos la
manipulación a que fue sometida esta conocidísima foto de un mitin de Lenin en
la Plaza Roja en 1920. En la primera puede distinguirse nítidamente a Trotsky
al pie del estrado mirando hacia la multitud.
En
la segunda puede verse el crecimiento “milagroso” del estrado hacia la derecha
y Trotsky ya no está, ha desaparecido. Lo que se pretendía era que a efectos
históricos, Trotsky no había existido y por tanto no había jugado ningún papel
en aquellos acontecimientos. Después vendría su criminalización en la que hoy
mismo, setenta y cinco años después de su asesinato por orden de Stalin,
algunos siguen creyendo. Inaudito, pero cierto. Así escriben (o reescriben)
algunos la historia.
Dejando
ya nuestra pequeña digresión historicista, volvamos al hilo principal y
resumamos que en política, como ya han podido deducir nuestros lectores, el
adanismo es muy frecuente. Lo practican todos esos sujetos que quieren borrar
cualquier rastro de lo que sus antecesores hicieron y lograron anteriormente.
Para ellos, la gente debe creer que la historia comienza con ellos, el mismo
día en que decidieron dedicar su tiempo a gobernarnos (sin que nadie se lo pidiera,
la verdad). Hay que reconocer que esta actitud tiene también un fuerte componente narcisista. Vamos, que todas las mañanas esos
sujetos se miran al espejo y se dicen repetidas veces “Soy el único, soy el
campeón, soy el mejor.”
Todo
esto viene a cuento porque desde que iniciamos la publicación en Facebook de
algunas fotos “históricas” del socialismo arahalense anterior al cuatrienio
ominoso (1995-1999), han salido nuestros pequeños e ignorantes adanistas, ya
cabreados, ya directamente rabiosos, hechos unas furias, acusándonos de
manipuladores y otras lindezas. Eso es lo más suave que escupen.
Pues
mal que les pese, hubo un tiempo no
demasiado lejano en el que la gente
dedicaba su tiempo libre a la política no para trepar en la escala social,
medrar o directamente robar. En aquellos tiempos la política era el ámbito
donde se confrontaban ideologías (qué palabra esa tan extraña ahora que muchos
oportunistas pregonan que ya no hay izquierdas y derechas). Era un tiempo en
que la política no había perdido el aura de noble ocupación que ya le dieron
los antiguos griegos. Era un tiempo en que se admiraba los redaños que había
que tener para enfrentarse a una brutal y asesina dictadura. Era un tiempo, en
fin, en el que muchos fueron encarcelados y asesinados precisamente por
defender esas ideas que hoy muchos dicen que ya no existen o no sirven, que son
viejas.
Ahora,
la política se ha convertido en un Patio de Monipodio donde los Rincón y los
Cortado (Rinconete y Cortadillo) abundan, son omnipresentes. Pero que nadie se
confunda y piense que este texto es un alegato contra la política ni contra los
políticos. Todo lo contrario, somos de los muchos que entendemos que la
política es servicio, es trabajar por el mejor gobierno de los asuntos
públicos, es procurar el mayor bienestar posible para la mayoría de la
población.
Desgraciadamente,
esos que tanto ruido provocan, entre los que se encuentran nuestros adanistas
locales, han llevado a muchos ciudadanos de buena fe a olvidar el verdadero
sentido de la política. Y así nos va a los ciudadanos de a pie. Y así les va a
esos partidos, que si hubieran tenido en cuenta la frase de Lincoln que citamos
antes, ahora no estarían en tan gran descrédito ante la ciudadanía.
Y
puesto que muchos, desgraciadamente también han olvidado ya lo que esa palabra
(REVOLUCIÓN), ese concepto significa, no nos resistimos a reproducir la
conocida frase de Orwell: En tiempos de
engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.
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