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sábado, 14 de marzo de 2015

EL ADANISMO



Hace unas semanas pudimos leer un artículo en el que Javier Marías, genial como siempre, hablaba sobre el ADANISMO. Se titula “Un país adanista e idiota” y empieza por la definición del término, que según el Diccionario de la Real Academia Española significa “hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente” y según el Diccionario del Español Actual, “tendencia a actuar prescindiendo de lo ya existente o de lo hecho antes por otros.” El artículo no tiene desperdicio, les recomendamos vivamente que lo busquen en la red y lo lean completo. 

Aunque conocíamos el término y su significado, la lectura de ese texto y determinadas circunstancias políticas de más o menos actualidad nos llevaron a reflexionar sobre él.

Todos conocemos el adanismo en alguna de sus manifestaciones. Quizá una de las más conocidas sea esa tendencia de los adolescentes a poner en cuestión toda la sabiduría y experiencia de sus progenitores e “intentar vivir su vida desde cero” sin tener en cuenta que  atender a las muchas recomendaciones y consejos que se les dan les evitarán muchísimos fracasos y desengaños.

Pero en política, ¡ay, amigos!, en política los efectos del adanismo son mucho peores. Simplemente porque los políticos, gestores de lo público, no juegan con su vida, con su futuro: juegan con el de todos nosotros.

Aunque sea un poco a contrapelo, también el adanismo tiene algo que ver con las falsificaciones históricas de sobra conocidas. Siempre se ha dicho que generalmente la historia la escriben los vencedores y, sobre todo en épocas pretéritas, cuando la información y la comunicación eran también patrimonio de esos vencedores, desentrañar esas mentiras y falsificaciones era tarea ardua. A veces, los historiadores han tardado siglos en poder establecer la verdad de hechos y causas; otras veces ha sido imposible, tal empeño en borrar el pasado pusieron los vencedores.

En la época actual las numerosas fuentes de que disponemos, los numerosos testimonios gráficos y documentales, la multiplicidad de archivos existentes, hacen casi imposible esa tarea manipuladora. Como mucho, se podría repetir la archifamosa cita de Abraham Lincoln: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.”

Nunca olvidaremos, por razones que no vienen al caso, las manipulaciones estalinistas de textos, fotos y noticias acerca de la Revolución Rusa y el papel que jugaron en ella muchos de sus principales protagonistas. Como ejemplo, veamos la manipulación a que fue sometida esta conocidísima foto de un mitin de Lenin en la Plaza Roja en 1920. En la primera puede distinguirse nítidamente a Trotsky al pie del estrado mirando hacia la multitud.


En la segunda puede verse el crecimiento “milagroso” del estrado hacia la derecha y Trotsky ya no está, ha desaparecido. Lo que se pretendía era que a efectos históricos, Trotsky no había existido y por tanto no había jugado ningún papel en aquellos acontecimientos. Después vendría su criminalización en la que hoy mismo, setenta y cinco años después de su asesinato por orden de Stalin, algunos siguen creyendo. Inaudito, pero cierto. Así escriben (o reescriben) algunos la historia.


Dejando ya nuestra pequeña digresión historicista, volvamos al hilo principal y resumamos que en política, como ya han podido deducir nuestros lectores, el adanismo es muy frecuente. Lo practican todos esos sujetos que quieren borrar cualquier rastro de lo que sus antecesores hicieron y lograron anteriormente. Para ellos, la gente debe creer que la historia comienza con ellos, el mismo día en que decidieron dedicar su tiempo a gobernarnos (sin que nadie se lo pidiera, la verdad). Hay que reconocer que esta actitud tiene también un fuerte componente  narcisista. Vamos, que todas las mañanas esos sujetos se miran al espejo y se dicen repetidas veces “Soy el único, soy el campeón, soy el mejor.”

Todo esto viene a cuento porque desde que iniciamos la publicación en Facebook de algunas fotos “históricas” del socialismo arahalense anterior al cuatrienio ominoso (1995-1999), han salido nuestros pequeños e ignorantes adanistas, ya cabreados, ya directamente rabiosos, hechos unas furias, acusándonos de manipuladores y otras lindezas. Eso es lo más suave que escupen.

Pues mal que  les pese, hubo un tiempo no demasiado lejano en el  que la gente dedicaba su tiempo libre a la política no para trepar en la escala social, medrar o directamente robar. En aquellos tiempos la política era el ámbito donde se confrontaban ideologías (qué palabra esa tan extraña ahora que muchos oportunistas pregonan que ya no hay izquierdas y derechas). Era un tiempo en que la política no había perdido el aura de noble ocupación que ya le dieron los antiguos griegos. Era un tiempo en que se admiraba los redaños que había que tener para enfrentarse a una brutal y asesina dictadura. Era un tiempo, en fin, en el que muchos fueron encarcelados y asesinados precisamente por defender esas ideas que hoy muchos dicen que ya no existen o no sirven, que son viejas.

Ahora, la política se ha convertido en un Patio de Monipodio donde los Rincón y los Cortado (Rinconete y Cortadillo) abundan, son omnipresentes. Pero que nadie se confunda y piense que este texto es un alegato contra la política ni contra los políticos. Todo lo contrario, somos de los muchos que entendemos que la política es servicio, es trabajar por el mejor gobierno de los asuntos públicos, es procurar el mayor bienestar posible para la mayoría de la población.

Desgraciadamente, esos que tanto ruido provocan, entre los que se encuentran nuestros adanistas locales, han llevado a muchos ciudadanos de buena fe a olvidar el verdadero sentido de la política. Y así nos va a los ciudadanos de a pie. Y así les va a esos partidos, que si hubieran tenido en cuenta la frase de Lincoln que citamos antes, ahora no estarían en tan gran descrédito ante la ciudadanía.

Y puesto que muchos, desgraciadamente también han olvidado ya lo que esa palabra (REVOLUCIÓN), ese concepto significa, no nos resistimos a reproducir la conocida frase de Orwell: En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.


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